Un coloso de diez metros de altura se ha apoderado de nuestro Zócalo capitalino y ha capturado la atención de todos los mexicanos, de manera muy semejante a Gulliver, la vez que visitó el país de Liliput y fue atado por la gente pequeña de aquel país, asombrados por haber capturado al gigante.
De la misma manera, el Museo Nómada se ha convertido en una atracción para todos los mexicanos y sobre todo chilangos que habitamos estas tierras. Desde el mes de diciembre y con mucha buyaranga, el Museo Nómada ha abierto sus puertas al público para mostrar la obra "fantástica" del fotógrafo canadiense Gregory Colbert. Muchos conocemos ya las referencias del proyecto, y atraidos por el bombardeo mediático, vamos a formarnos durante una, dos, o hasta tres horas para solo estar quince minutos dentro del complejo y salir a comprar souvenir.
Pues bien, quiero declararme seducido por este bombardeo, y que asistí el Lunes pasado al complejo. Al llegar allá solo tuve que esperar cinco minutos en la fila, ya que había muy poca gente; entré al complejo por una lúgubre sala con música tipo new age y un pasillo angosto, donde todos los visitantes nos amotinamos y caminamos paso a paso. En cada paso la gente exclamaba con admiración ante las imágenes suspendidas en el aire, entre las columnas de bambú. Al fondo se proyectaba un video con orangutanes bailando entre los árboles y mujeres y niños disfrutando de su compañía, mientras que a los lados del pasillo había un espejo de agua y tendido desde el techo, lienzos donde se imprimieron las fotografías de Colbert.
Debo decir que puse poca atención a sus obras; lo que capturó mi atención era la atmósfera creada por el complejo: una oscuridad casi total, la altura de la bóveda, vacía, negra, grandes columnas de bambú colgando desde el techo, lienzos de tela que representan las texturas y colores del oriente, de ocho metros de largo, flotando en la espesa oscuridad, y por supuesto lienzos con las fotos del artista. La gente avanzaba muy lento, como si fuera a bajar al centro de la tierra a través de un abismo o cueva "chill out". Con todo esto bien combinado, me resultaba difícil no pensar que estaba protagonizando una pelìcula de ciencia ficción de los años 70's.
Hacia la segunda "sala" se instaló un enorme teatro, y al fondo se exhibía una proyección, acerca de elefantes y niños budistas que recitan el Corán y además juegan en el agua, el desierto, la selva y templos en ruinas. En dicho teatro no hay asientos, sino un enorme espacio en el que todos los visitantes se quedan de pie y congregados contemplan el video, acompañado de la narración de las cartas del artista, hecha por Ricardo Rocha y música new age. Preferí pasear a través de los espectadores y ver sus caras, de pocos colores, ocultos en la sombra, quietos y muy atentos al laaaargo video del fondo (era maravilloso contemplar a tantos, vulnerables y absortos). En la siguiente sección, hay otro video (el cual no estaba en proyección) y otro pasillo igual al primero. Por último la salida: un gran mostrador con recuerdos de las obras de Colbert: un poster ($200), postales ($10), libros de todos tamaños, impresos en papel artesanal ($350 - $1000), mouse pad ($100), playeras, tazas, etc. Y luego salí a la explanada, para comprar el programa de la exposición y sacar una foto del el lienzo en el que se puede ver un niño y su chita. Eso es todo.
En realidad, la obra de Colbert no me atrae en lo absoluto, al menos la expuesta en el complejo.Dos o tres imágenes me fueron agradables. Considero que es demasiado pretencioso y snob; una visión occidental nostálgica y típica del mundo de oriente. El creer que la gente que vive en la India, China, Malasia y otros lugares de Asia, tal como lo muestra Colbert, es una interpretación demasiado inocente y ajena. La inclusión del Corán, es síntoma de una sed espiritual de occidente, que ha vuelto al consumismo e individualismo recalcitrante su nueva religión. El retorno a los orígenes, el paraíso perdido que se cree está en oriente...bueno, creo que los orientales tampoco saben el sitio de este paraíso, ni saben que viven de manera "armónica y espiritual" con los animales, tal como lo propone el artista.
La exposición de Gregory Colbert es una evidencia más de que el arte occidental ha gastado sus temas a tratar, y mira hacia nuevos territorios, pero desde su punto de vista (como conquistadores, turistas, snobs y empresarios "altruistas"). La búsqueda por lo exótico y la vida excéntrica, más allá de las normas convencionales de países del norte, la vida bohémia y mochilera: un ideal anglosajón de mal gusto para mí, pero seductor y atrayente para todos a final de cuentas.
Si uno desea ir a visitar la exposición, creo que la mejor impresión, y por lo que vale la pena ir, es por la obra del arquitecto colombiano Simón Vélez. Propone el bambú como material de construcción sostenible de manera comercial y residencial. Ha construido en varias partes del mundo, como en China, Brasil y Francia. Es el trabajo de este arquitecto que da verdadero énfasis a la obra de Colbert y es por lo que yo iría a ver Ashes and Snow. Estructura una atmósfera muy pacífica y refrescante (por el hecho de que afuera hace muuuucho calor); a pesar del gentío, uno se siente solo, abrigado y ausente de sí mismo; es un lugar de refugio ante la velocidad asesina de la ciudad. Se vuelve una cueva de secretos y recuerdos, donde la columnas de bambú danzan muy lentamente al son de la música de los videos. Y es la concreción de una buena idea para transportar un museo de manera fácil, reciclable y reutilizable. Y también una evidencia plausible del ingenio latinoamericano, fértil en propuestas innovadoras para todas las áreas en las que se busca creatividad y originalidad.
Por lo demás, sugiero gastar sólo por un poster, una playera o postal, o de perdida un programa, para tener un recuerdo y testimonio de que fuimos parte de un gran fenómeno mediático (ojo que no digo artístico) en nuestro país; que visitamos el museo nómada de Simón Vélez y de paso que vimos las fotos de un canadiense obsesionado con los elefantes y niños orientales, expositor de una visión nostálgica y naif del mundo de oriente. Y si quieres correr un tanto de riesgo, saca tu cámara o tu teléfono celular y captura (ojo, el flash puede delatarte) la obra magnífica de Vélez, que desafortunadamente no encuentras en el mostrador de recuerdos (es más redituable el extranjero que el paisano... ironía de la vida).
En conclusión: vayan a verla, porque vale la pena ir al centro en estos días y poder pasear por sus plazas y calles y fórmarse una opinión al respecto y compártirla, que es lo que necesitamos hacer.
Más información: Ashes and Snow, Simón Vélez
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